Los Parientes del Pueblo de los Elfos. – Lord Dunsany

Los Parientes del Pueblo de los Elfos.
Lord Dunsany

1. Las Criaturas Salvajes

Soplaba el viento del norte, y los últimos días de Otoño se sucedían en tonos rojos y dorados. Sobre los pantanos la tarde se elevó solemne y fría.

Y todo estuvo tranquilo.

Entonces la última paloma volvío a su hogar en los árboles, en la distante tierra seca, cuyas formas se habían tornado misteriosas en la niebla.

Y nuevamente estuvo tranquilo.

Mientras la luz se desvanecía y la bruma se hacía más profunda, el misterio se arrastró desde todos los rincones, acercándose.

Luego los verdes chorlitos llegaron trinando, y todos descendieron.

Y nuevamente todo fue quietud, salvo cuando uno de los chorlitos se elevaba y volaba un poco, profiriendio el grito de la desolación. Y la tierra se volvió sosiego y silencio, esperando la primera estrella. Entonces apareció el pato y la mareca, bandada tras bandada: y toda la luz del día se desvaneció del cielo excepto una banda roja de luz. Sobre la luz aparecieron, negras e inmensas, las alas de una bandada de gansos batiendo el viento sobre los pantanos. Ellos, también, bajaron entre los juncos.

Y repentinamente, las estrellas aparecieron y brillaron en la calma, y luego hubo silencio en los inmensos espacios de la noche.

Súbitamente, las campanas de la catedral del pantano estallaron, llamando a la oración vespertina.

Hace ocho siglos, en el borde de la ciénaga, los hombres habían construido la gigantesca catedral, o quizá hace siete siglos atrás, o tal vez nueve –todo era uno para las Criaturas Salvajes.

De esta forma la oración vespertina se llevaba a cabo, y las velas se encendieron, y las luces brillaron, a través de las ventanas, rojas y verdes en el agua, y el sonido del organo atravesó errante la marisma. Pero desde los lugares profundos y peligrosos, bordeados por brillantes musgos, las Criaturas Salvajes llegaron saltando para danzar sobre el reflejo de las estrellas, y mientras danzaban las luces del pantano se elevaban y caían sobre sus cabezas

Las Criaturas Salvajes son, en apariencia, de alguna forma humanas, sólo que todas marrones de piel y de apenas dos pies de altura. Sus orejas son puntiagudas como las de las ardillas, sólo que lejos más grandes, y saltan hasta alturas prodigiosas. Viven todo el día bajo las charcas profundas de las ciénagas mas solitarias, mas por la noche salen y danzan. Cada Criatura Salvaje tiene una luz del pantano sobre su cabeza, que se mueve cuando la Criatura Salvaje se mueve; ellas no tienen alma, y no pueden morir, y son parientes del pueblo de los Elfos.

Danzan toda la noche en las marismas pisando sobre el reflejo de las estrellas (pues la superficie desnuda del agua no las sostiene por sí misma); pero cuando las estrellas comienzan a palidecer, se sumergen, una a una, en los estanques de su hogar. O si acaso se demoran más tiempo, sentadas sobre los juncos, sus cuerpos se desvanecen a la vista así como palidecen los fuegos del pantano en la luz, y durante el día nadie puede ver a las Criaturas Salvajes, parientes del pueblo de los Elfos. Ni siquiera de noche puede alguien verlos, salvo aquellos que nacieron, como yo mismo, en la hora del crepúsculo, justo en el momento que la primera estrella aparece.

2
Quiero tener un Alma

En la noche que relato, una pequeña Criatura Salvaje se había arrastrado por el yermo, hasta llegar a los mismos muros de la catedral y danzó sobre las imágenes de los coloridos santos que yacían en el agua junto al reflejo de las estrellas. Mientras brincaba en su fantástico baile, vio a través de las ventanas pintadas hacia el lugar donde la gente oraba, y escuchó el órgano vagabundeando sobre la ciénaga. El sonido del órgano erraba por los pantanos, pero las canciones y plegarias de la gente fluía desde la torre más alta de la catedral como finas cadenas de oro, y llegaban hasta el Paraíso, y los ángeles del paraíso subían y bajaban hasta la gente, y desde la gente hacia el Paraíso nuevamente.

Entonces algo parecido al descontento perturbó a la Criatura Salvaje, por primera vez desde la creación del pantano; y ni el fango gris y suave, ni la frescura de el agua profunda parecieron ser suficientes, ni la primera llegada desde el norte de los tumultuosos gansos, ni el salvaje regocijo de las aves silvestres, cuando todas las plumas de sus alas cantan, ni la maravilla de la serena helada que llega cuando el cazador se va, y adorna los juncos con escarcha y viste al silencioso yermo con una niebla misteriosa donde el sol se vuelve rojo y débil. Ni siquiera la danza de las Criaturas Salvajes durante la noche maravillosa. Y la pequeña Criatura Salvaje anheló tener un alma, e ir a adorar a Dios.

Y cuando la oración vespertina hubo terminado y las luces se extinguieron, se devolvió llorando donde sus parientes.

Pero la noche siguiente, en cuanto las imágenes de las estrellas aparecieron en el agua, se fue brincando de estrella en estrella hasta el extremo más lejano de las tierras pantanosas, hasta un gran bosque donde vivía la más Antigua de las Criaturas Salvajes.

Y encontró a la más Antigua de las Criaturas Salvajes sentada bajo un árbol, protegiéndose de la luna.

Y la pequeña Criatura Salvaje dijo: «quiero tener un alma para adorar a Dios, y conocer el significado de la música, y admirar la belleza interna de la ciénaga y poder imaginar el Paraíso».

Y la más Antigua de las Criaturas Salvajes le dijo: «¿Qué tenemos nosotras que ver con Dios? Sólo somos Criaturas Salvajes, parientes del pueblo de los Elfos.

Mas sólo contestó: «Quiero tener un alma».

Entonces, la más Antigua de las Criaturas Salvajes dijo: «No tengo ningún alma para darte; pero si tuvieras un alma, algún día tendrías que morir, y si conocieras el significado de la música comprenderías el significado del dolor, y es mejor ser una Criatura Salvaje y no morir».

3
Dándole vida a un alma

Sin embargo, ellas, que pertenecían a la parentela del Pueblo de los Elfos sentían compasión por la pequeña Criatura Salvaje; y a pesar de que las Criaturas Salvajes no podían lamentarse por mucho tiempo, no teniendo almas con las que lamentarse, sintieron por un instante una amargura en el lugar donde sus almas debieron estar, cuando vieron el dolor de su camarada.

De esta forma, la parentela del Pueblo de los Elfos salió por la noche para crear un alma para la pequeña Criatura Salvaje. Y anduvieron por los pantanos hasta llegar a las tierras altas, entre las flores y las hierbas. Y allí recogieron una gran pieza de telaraña que había tendido la araña al atardecer; y estaba cubierta de rocío.

Sobre este rocío habían brillado todas las luces de los largos bancos del cielo abovedado, cuando todos los colores cambian en los placenteros espacios de la tarde. Y sobre él había resplandecido la noche maravillosa con todas sus estrellas.

Entonces las Critaturas Salvajes bajaron hasta el límite de su hogar con su telaraña cubierta de rocío. Y allí reunieron un poco de la bruma gris que se posa por las noches sobre las marismas. Y a ella le agregaron la melodía del yermo que es llevada al atardecer por los pantanos sobre las alas del dorado chorlito. Y también le agregaron las lastimeras canciones que los setos se ven obligados a entonar ante la presencia del arrogante Viento del Norte. Y entonces, cada una de las Criaturas Salvajes entregó alguna apreciada memoria del antiguo pantano, «porque podemos prescindir de ella», dijeron. Y a todo esto le agregaron unas cuantas imagenes de las estrellas que reunieron de las aguas. Sin embargo, el alma que los parientes del Pueblo de los Elfos estaban creando no tenía vida.

Entonces le agregaron los susurros de dos amantes que paseaban solos, tarde en la noche. Y luego, esperaron el amanecer. Y la majestuosa aurora apareció, y las luces del pantano sobre las Criaturas Salvajes palidecieron en el resplandor, y sus cuerpos se desvanecieron a la vista; y aún seguían esperando en el margen del pantano. Y hasta ellas que esperaban llegó, sobre campos y marismas, desde el suelo y fuera del cielo, el canto de las aves.

Esto también agregaron las Criaturas Salvajes al pedazo de niebla que habían cogido en las marismas, y lo envolvieron todo en su telaraña cubierta de rocío. Y el alma vivió.

Y allí se encontraba, en las manos de las Criaturas Salvajes, no mayor que un erizo; llena de maravillosas luces, verdes y azules que cambiaban constantemente, moviéndose de aquí para allá, y en el centro gris brillaba un resplandor púrpura.

Y a la noche siguiente fueron donde la pequeña Criatura Salvaje y le enseñaron el alma chispeante. Y le dijeron: «si debes tener un alma e ir a adorar a Dios, y convertirte en mortal y morir, pon esto sobre tu pecho, a la izquiera, un poquito por encima del corazón, y entrará y tu serás humana. Sin embargo, si la tomas no podrás jamás deshacerte de ella a no ser que te la arranques y se la des a otro; y nosotras no la tomaremos, y la mayoría de los humanos ya tiene un alma. Y si no puedes encontrar a un humano sin alma algún día morirás, y tu alma no podrá ir al Paraíso porque sólo fue creada en el pantano.

En la distancia la pequeña Criatura Salvaje divisó la catedral y sus ventanas iluminadas para la oración vespertina, y el canto de la gente elevándose al Paraíso, y los ángeles yendo de arriba a abajo. Entonces se despidió con lágrimas y agradecimientos de las Criaturas Salvajes, parientes del Pueblo de los Elfos, y se alejó saltando hacia las tierras verdes y secas, sosteniéndo el alma en sus manos.

Y las Criaturas Salvajes lamentaron que se hubiera ido, pero no pudieron lamentarlo por mucho tiempo porque no tenían almas.

4
Volviéndose humana

En en límite del pantano la pequeña Criatura Salvaje observó por algunos instantes sobre el agua, hacia donde los fuegos del pantano saltaban de arriba a abajo, y luego oprimió el alma contra su pecho, a la izquiera, un poquito por encima de su corazón.

Instantáneamente se convirtió en una hermosa mujer que se encontraba helada y asustada. De alguna manera se cubrió con un atado de setos, y se dirigió hacia las luces de una casa que se encontraba cerca. Y empujó la puerta y entró, y encontró a un granjero y a su esposa sentados frente a su cena.

Y la esposa del granjero llevó a la pequeña Criatura Salvaje con el alma del pantano hacia su cuarto, y la vistió y trenzó su pelo, y la condujo abajo nuevamente, y le dio la primera comida que había comido. Y luego la esposa del granjero le hizo muchas preguntas.

– ¿De donde has venido?-le dijo.

– Desde el pantano.

– ¿Desde cuál dirección? -dijo la esposa del granjero.

– Sur -dijo la pequeña Criatura Salvaje con su nueva alma.

– Pero nadie puede venir por el pantano desde el sur -dijo la esposa del granjero.

-No, no pueden hacerlo -dijo el granjero.

– Yo vivía en el pantano.

– ¿Quién eres tú? -le preguntó la esposa del granjero.

– Soy una Criatura Salvaje, y he encontrado un alma en el pantano, y somos parientes del pueblo de los Elfos.

Conversando al respecto posteriormente, el granjero y su esposa acordaron que ella debía ser una gitana que había estado perdida, y que se mostraba extraña por el hambre y la exposición.

Esa noche la pequeña Criatura Salvaje durmió en la casa del granjero, mas su nueva alma se mantuvo despierta toda la noche, soñando con la hermosura del pantano.

Tan pronto como el amanecer llegó al yermo y brilló sobre la casa del granjero, miró desde la ventana hacia las aguas brillantes, y vio la belleza interna de la ciénaga. Porque las Criaturas Salvajes sólo aman el pantano y sólo lo conocen por sus vagabundeos, pero ahora ella percibía el misterio de sus distancias y el glamour de sus peligrosos estanques, con sus hermosos y mortales musgos, y sintió el milagro del Viento del Norte, que llega dominante desde desconocidas tierras heladas, y la maravilla de las mareas de la vida cuando el ave silvestre trina al atardecer en las tierras pantanosas, y al manecer pasan hacia el mar. Y supo que sobre su cabeza, sobre la ventana del granjero, se extendía el Paraíso, donde tal vez Dios estaría, en ese momento, imaginando el amanecer, mientras los ángeles tocaban bajito sus laúdes, y el sol venía elevándose sobre el mundo a sus pies, para alegrar los campos y las marismas.

Y todo lo que el cielo pensaba, el pantano lo pensaba también; pues el azul de la ciénaga era como el azul del cielo, y las formas de las grandes nubes del cielo se convertían en las formas del pantano, y a través de ambos corrían momentáneos río de púrpura, vagabundos entre los bancos de oro. Y los resueltos ejércitos de setos aparecieron desde la penumbra, con todos sus pendones ondeando, hasta donde la vista alcanzaba. Y desde otra ventana vio la vasta catedral reuniendo su ponderosa fuerza, elevándola en torres que se alzaban desde los pantanos.

Y dijo, «jamás dejaré la ciénaga».

5
El Pastor Murnith

Una hora después se vistió, con gran dificultad, y bajó a comer la segunda comida de su vida. El granjero y su esposa eran gente amable, y le enseñaron cómo comer.

– Supongo que los gitanos no tienen cuchillos ni tenedores -le dijo uno al otro, posteriormente.

Después del desayuno el granjero salió y visitó al pastor, que vivía cerca de la catedral, e inmediatamente regresó, y de nuevo volvió a la casa del pastor con la pequeña Criatura Salvaje y su nueva alma.

-Esta es la dama -dijo el granjero-. Este es el Pastor Murnith.

Y luego se fue.

-Ah -dijo el pastor- entiendo que estuvo perdida la otra noche en el pantano. Fue una noche terrible para estar perdida en la ciénaga.

– Yo amo el pantano -dijo la pequeña Criatura Salvaje con su nueva alma.

– ¡Por supuesto! ¿Cuántos años tiene? -dijo el Pastor.

– No lo sé -contestó ella.

– Debería saber qué edad tiene -dijo él.

– Oh, cerca de noventa -dijo ella-, o más.

– ¡Noventa años! -exclamó el Pastor.

– No, noventa siglos -dijo ella-, soy tan vieja como el pantano.

Entonces contó su historia -de cómo había anhelado ser humana y adorar a Dios, tener un alma y contemplar la belleza del mundo, y cómo todas las Criaturas Salvajes le habían hecho un alma de telaraña y bruma y música y extrañas memorias.

– Pero si esto es verdad -dijo el Pastor Murnith-, está muy mal. Dios no podría haber tenido el propósito que usted tuviera un alma. ¿Cuál es su nombre?

– No tengo nombre -respondió.

– Debemos encontrar un nombre cristiano y un apellido para usted. ¿Cómo le gustaría que la llamaran?

– Canción de los Juncos -dijo ella.

– Eso no servirá -dijo el Pastor.

– Entonces me gustaría llamarme Terrible Viento del Norte, o Estrella de las Aguas -dijo ella.

– No, no, no -dijo el Pastor Murnith- eso es totalmente imposible. Si le agrada podríamos llamarla Señorita Rush. ¿Qué le parece Mary Rush? Tal vez sería mejor que tuviera otro nombre–digamos Mary Jane Rush.

De esta forma, la pequeña Criatura Salvaje con el alma del pantano tomó los nombres que le ofrecieron, y se convirtió en Mary Jane Rush.

– Y debemos encontrar algo que pueda hacer -dijo el Pastor Murnith-. Mientras tanto podemos darle un cuarto aquí.

– Yo no quiero hacer nada -replicó Mary Jane-; yo quiero adorar a Dios en la catedral y vivir junto al pantano.

Y luego apareció la señora Murnith, y durante el resto de aquel día Mary Jane se quedó en la casa del Pastor.

Y allí, con su nueva alma, percibió la belleza del mundo; pues éste llegó gris y nivelado desde las distancias brumosas, y se extendió por los pastizales y los sembradíos hasta el antiguo pueblo provisto de gabletes; y solitario en la distancia se erguía un antiguo molino de viento, y sus honestas aspas hechas a mano giraban y giraban en los libres vientos del Este Inglés. En las cercanías, las casas de gabletes se inclinaban hacia las calles, plantadas hermosamente sobre los robustos maderos que crecían en los tiempos antiguos, glorificándose entre ellas de su hermosura. Y sobre ellas, contrafuerte tras contrafuerte, creciendo y elevándose, subiendo torre por torre, se erguía la catedral.

Y vio a la gente moviéndose en las calles, pausada y lentamente; e invisibles entre ellos, susurrándose unos a otros, sin ser escuchados por los hombres y preocupados sólo por las cosas pasadas, se arrastraban los espíritus del pasado. Y dondequiera que las calles corrieran hacia el este, dondequiera que hubieran huecos entre las casas, siempre allí se abría la vista a la imagen del grandioso pantano, como un compás de música extraña y espectral que persiste en una melodía, elevándose una y otra vez, interpretada en el violín por un único músico, que no toca ningún otro compás, y que es de cabellos oscuros y lacios y tiene barba al rededor de los labios, y su bigote cuelga largo y bajo, y nadie conoce la tierra de donde proviene. Todo esto eran cosas buenas de ver para un alma nueva.

6
Te amo

Entonces el sol se puso sobre los verdes campos y sembradíos y vino la noche. Una a una las alegres luces de las joviales ventanas iluminadas tomaron su lugar en la noche solemne.

Luego tocaron las campanas, lejos, en la torre de la catedral, y su melodía cayó sobre los tejados de las antiguas casas y se posó sobre sus aleros hasta que las calles estuvieron repletas, y luego fluyó sobre los campos verdes y las sembradíos hasta que llegaron al recio molino y trajeron al molinero para la oración vespertina, y lejos hacia el este y hacia el mar el sonido resonó sobre las remotas ciénagas. Y todo fue como ayer para los viejos espíritus en las calles.

Entonces la esposa del Pastor llevó a Mary Jane a la misa vespertina, y ésta vió trescientas velas colmando el pasillo de luz. Sin embargo, los fuertes pilares se elevaban allí en la vastedad oscura, gigantescas columnas perdiéndose en la penumbra, donde mañana y tarde, año tras año, hacían su trabajo en la oscuridad, sosteniendo el techo de la catedral. Y estaban más inmóviles que los pantanos cuando la helada ha llegado y el viento que lo ha traído ha cesado.

Repentinamente, el sonido del organo se precipitó sobre esta calma, rugiendo, y de inmediato, la gente oró y cantó.

Mary Jane ya no podía ver sus oraciones ascendiendo como delgadas cadenas de oro, pues eso era sólo una tendencia élfica, pero imaginaba claramente, en su nueva alma, a los serafines pasando por los caminos del Paraíso, y a los ángeles cambiando de guardia para cuidar al Mundo por la noche.

Cuando el Pastor hubo terminado el servicio, el señor Millings, un cura joven, subió al púlpito.

Habló de Abana y Pharpar, los río de Damasco; y Mary Jane se alegró que existieran ríos con tales nombres, y escuchó maravillada sobre Nínive, la gran ciudad, y sobre muchas cosas extrañas y nuevas.

Y la luz de las velas brilló sobre el cabello claro del cura, y su voz bajó por el pasillo, y Mary Jane se alegró de que él estuviera allí.

Pero cuando su voz se detuvo sintió una repentina soledad, como jamás había sentido desde la creación de la marisma; ya que las Criaturas Salvajes jamás están solas y nunca son infelices, sino que bailan toda la noche sobre el reflejo de las estrellas, y como no tienen alma no desean nada más.

Después de realizada la colecta, antes de que nadie se moviera para marcharse, Mary Jane caminó por el pasillo hacia el señor Millings.

– Te amo -le dijo.

1 comentario

  1. Fiorella said,

    May 9, 2011 a 4:51 pm

    necesito saber algun telefono o mail de contacto por favor.


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